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domingo, 20 de enero de 2013

Erasmus.

Erasmus, esas becas que dan la oportunidad de vivir experiencias únicas en países europeos y en Universidades que no son la tuya de origen.
Ese bendito invento que te lleva a cumplir sueños y a empezar a construir poquito a poco los pilares de un futuro que se acerca según pasan los años académicos.
Mucha gente se va un año con esa oportunidad como les ha ocurrido a varios de mis amigos.
Supongo que te invade el miedo a irte y que cuando vuelvas muchas de las cosas hayan cambiado, miedo a ser prescindible para tus amigos y miedo a encontrarte cosas nuevas o tener que empezar aquí de manera diferente.
Alguna amiga me ha mostrado ese miedo a encontrarse con cambios o a pensar que no estaríamos igual que antes.
A mí solo me sale echarlas de menos. Por mucho que hable con ellas prácticamente a diario las echo de menos. Esas casas rurales, esos cafés en horas libres, las tarde de viernes jugando al "Trivial" y hablando de nuestras chorradas horas y horas. Los despistes de algunas con sus horarios y clases y los mimos que me daba a diario. Las vueltas en autobús que se hacían más cortas entre risas y aventuras. Sí, es increíble lo imprescindibles que se pueden llegar a hacer estar personas en tu día a día.
En tan solo dos años me han malacostumbrado a vivir con todos estos preciosos  momentos que este año echo de menos.
Es egoísta pensar eso por mi parte puesto que están cumpliendo un sueño, pasando el mejor año de su vida y emprendiendo quizás un sueño que cumplirán en un futuro próximo. Ese proyecto de vida que tanto ansiaban y que puede estar ahí donde se han ido.
Por supuesto me alegro enormemente de que todo les vaya bien y de que sean felices. Pero las echo de menos en mi día a día.

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